Por una parte, la libertad sobre un software es algo elemental para su evolución, pues a través de un número x de modificaciones puede llegar a crearse un software 2.0 superior a la versión primera y que, probablemente, el titular no podría haberse planteado su derivado. Además, con un software libre el usuario podrá disfrutar de una experiencia más amplia en términos de uso y, de esta forma, podría usarse de forma didáctica.
Por otra parte, es cierto que la privatización de un software puede ser esencial para evitar una distribución, copia o modificación no deseada y, entonces, sería recomendable que se restringiera al usuario con una libertad sometida a unas condiciones fijadas por el autor del software, debilitando la libertad del mismo. Por lo que podríamos llamar a este tipo de licencia como un avaricioso peaje a la cultura.
En conclusión, la mejor solución sería plantearse un software semilibre pues un software libre no implica gratuidad y, ya que estamos pagando al titular, que en la retribución nos incluya libertades, que deberán ser condicionadas para no hacer mal uso de ellas.
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